sábado, diciembre 26

Gustavo y Gerónimo, entrañables amigos, una vez más tomando cerveza sobre una mesa  que se parece más a un ring de boxeo que a cualquier otra cosa. Surge, inevitablemente, el tema de Ella. Por más que el tiempo pase Gerónimo no la olvida, y parecería por momentos que su fantasma se vuelve cada vez más y más fuerte.

—¿Qué voy a hacer con todo ese dolor? Vivo para percibirlo, palatearlo, envolverme, nadar en él. No la quiero olvidar, sus gestos, su olor, su cuerpo; no quiero que la vida pase como si Ella nunca hubiese existido, abandonar su memoria en otras Ellas... mejores o peores. Porque con Ella se va algo mío, algo que tiene y tendría que haberse quedado para siempre.

Gustavo lo miraba con intriga, casi atónito. No estaba del todo sobrio, pero decididamente había tomado muchísimo menos que en casi cualquier otra ocasión. El estado que experimentaba se asemejaba más, quizás, al de una claridad intelectual de epifanía en la que las ideas fluían puras desde su cabeza sin trabas, sin asco.

—No te creo. Te escucho y no te creo nada. Me parece que detrás de esa devoción hacia tu dolor no se esconde otra cosa que miedo, un miedo terrible a experimentar, a sentir y sufrir. Y tengo las pelotas por el piso de que todos, vos y yo por lo menos, vivamos a la sombra de ese miedo todo el tiempo. No nos deja hacer nada. No luchamos ni defendemos lo que creemos justo por miedo a caer en el error, no amamos por miedo al dolor que nos trae, no nos comunicamos por miedo al daño que los otros nos pueden generar. Nos escondemos detrás de las pantallas, nos entregamos al dolor vacío, nos consumimos en una especie de deseo estéril del que fingimos hacernos carne y parte.
"Y yo, desde ahora y por decisión puramente personal, no voy a dejar que este miedo me domine. No voy a seguir viviendo entregado a esta condena ¿Duele?  ¿Qué duele: el desengaño, la soledad, la libertad? ¡Entonces me haré cargo de ese dolor! Porque es mío, y de nadie más. Pero, ¡hay de que el miedo me vaya a detener! ¡Hay de que me vaya impedir correr los riesgos que corren aquellos que persiguen lo que sueñan! ¡Hay de que deje de buscar el amor enajenado en esta dictadura del miedo!
"Y, mientras tanto, hay que seguir dando vueltas a la ruleta rusa del deseo.

Enfrente, Gerónimo. A través de los cristales de sus anteojos se escondían dos ojos castaños radiantes, furiosos, encerrados entre dos pares de pestañas que amenazaban con escaprse de ese rostro y volar, volar muy lejos, hacia esos etéreos castillos de cristal que constituían toda su fortuna.

1 comentario:

Luciana Ailín Novak dijo...

Ay del miedo... Que todo arruina y desarma. El miedo se interpone, y nosotros como humanos débiles y escurridizos lo ponemos por encima del amor, de los sueños, del deseo. Es difícil cambiar esa postura, pero al menos somos conscientes de que eso está mal... Y lo expresamos en historias ficticias y usando nuestros segundos nombres ¿no? Jajaja. ¡Te leo todos los días!