lunes, noviembre 17

-No, no

Dijo de vuelta.

Ya el alcohol estaba haciendo efecto sobre su retorcida cabeza. Las ideas fluían como a través de un tobogán. Las palabras se amontonaban para salir todas juntas, bien rápido. Se mezclaban entre los dientes, chapoteaban sobre la lengua, saltaban y seguían saltando, cada vez más, cada vez más nuevas.

-Te digo que no. Que la pregunta no es si Dios existe o no existe. La pregunta es qué carajo nos importa a nosotros. En qué cambiaríamos nuestros pensamientos. Qué cosas dejaríamos de hacer, y cuáles seguiríamos haciendo ¿Seríamos todos buenos? ¿No nos cansaríamos, a la larga, de todo esto, y haríamos la guerra contra Dios? Si así fuese, ¿nos iríamos al infierno? ¿Le tendríamos miedo al infierno? ¿Tendríamos el coraje de preguntarle a Dios: "Para qué"? ¿Venderíamos nuestra humanidad para ganar esa paz? Y, entonces... ¿quién es Dios? ¿Algo así como un rey magnífico, un guerrero insaciable, un dictador caprichoso, un viejo sabio, un líder carismático, un buen o mal padre, un administrador de bienes?

Todos se callaron. Odiaban, un poco, cuando Gerónimo se ponía así. Lo detestaban porque lo que decía les dolía en lo más hondo.

-Yo agradezco no saber si existe o no. Porque la incertidumbre nos hace más libres. Pero si tuviésemos la certeza, de una cosa o la otra... creo que perderíamos la poca humanidad que nos queda.

Noche cerrada, de verano. Afuera los zorzales empezaban a cantar. El cielo se aclaraba lentamente. Se tornaba de negro en violáceo, después en azul profundo. En un par de horas ya sería un nuevo día.