lunes, noviembre 17

-No, no

Dijo de vuelta.

Ya el alcohol estaba haciendo efecto sobre su retorcida cabeza. Las ideas fluían como a través de un tobogán. Las palabras se amontonaban para salir todas juntas, bien rápido. Se mezclaban entre los dientes, chapoteaban sobre la lengua, saltaban y seguían saltando, cada vez más, cada vez más nuevas.

-Te digo que no. Que la pregunta no es si Dios existe o no existe. La pregunta es qué carajo nos importa a nosotros. En qué cambiaríamos nuestros pensamientos. Qué cosas dejaríamos de hacer, y cuáles seguiríamos haciendo ¿Seríamos todos buenos? ¿No nos cansaríamos, a la larga, de todo esto, y haríamos la guerra contra Dios? Si así fuese, ¿nos iríamos al infierno? ¿Le tendríamos miedo al infierno? ¿Tendríamos el coraje de preguntarle a Dios: "Para qué"? ¿Venderíamos nuestra humanidad para ganar esa paz? Y, entonces... ¿quién es Dios? ¿Algo así como un rey magnífico, un guerrero insaciable, un dictador caprichoso, un viejo sabio, un líder carismático, un buen o mal padre, un administrador de bienes?

Todos se callaron. Odiaban, un poco, cuando Gerónimo se ponía así. Lo detestaban porque lo que decía les dolía en lo más hondo.

-Yo agradezco no saber si existe o no. Porque la incertidumbre nos hace más libres. Pero si tuviésemos la certeza, de una cosa o la otra... creo que perderíamos la poca humanidad que nos queda.

Noche cerrada, de verano. Afuera los zorzales empezaban a cantar. El cielo se aclaraba lentamente. Se tornaba de negro en violáceo, después en azul profundo. En un par de horas ya sería un nuevo día.

miércoles, octubre 29

La enorme satisfacción de, finalmente, quemar esas cartas.

Y a partir de ahora sí...

¡Que viva el amor!

viernes, julio 25

"Me preguntó por las causas usuales de las guerras y por qué motivo un país ataca a otro. Le respondí que eran innumerables, aunque sólo mencionaría algunas de las principales. A veces la ambición de los príncipes que nunca creen que tienen bastantes tierras o súbditos para gobernar; a veces, la corrupción de los ministros que implican a sus monarcas en una guerra para disimular el gobierno deficiente. Las diferencias de opinión han costado millones de vidas; por ejemplo, cuando se disputó sobre si la carne era pan, o el pan, carne; sobre si el jugo de ciertas bayas era sangre o vino, si el silbar era un vicio o virtud; si debía besarse un madero o arrojarlo al fuego; cuál era el color más adecuado para una casaca, si blanco, rojo o gris; y si ésta debería ser larga o corta, ceñida o amplia, sucia o limpia; y otras cuestiones de esta índole. Las guerras son tanto más encarnizadas y sangrientas y duraderas cuanto que estallan por división de opiniones sobre temas generalmente fútiles."

Jonathan Swift, en Los Viajes de Gulliver: Viaje al País de los Houyhnhnms
1735

martes, julio 22

¡Qué lindos que fueron esos tiempos que ya no están, y que nunca van a volver!

Es ésto lo que me viene a la cabeza cuando voy a la casa de mi infancia. Un balcón, una biblioteca, un microondas, mis lugares favoritos, la ducha, la tele, el sol a la mañana iluminando de esa forma tan única, los olores, las sillas de pana (recientemente retapizadas), los cuadros, los proyectos. Los que fueron, y los que no fueron.

Parte de mí querría volver a esta casa y quedarse para siempre, así, de chico. Pero sé que no es la casa ni las cosas, sino los momentos, las personas, los que ya no están y los que siguen estando pero no son como eran antes. Y yo, que me extraño, que ya no soy el mismo que vivía acá, dormía en esta cama y miraba a través de esta ventana.

En algún lugar está ese pasado, así sea agarrado a remaches contra nuestras emociones. Está y va a estar ahí para siempre, pulcro, inmutable... solo que nosotros ya no vamos a poder ser parte. A veces me gustaría estar de vuelta, aunque sea por unos minutitos. Volver.

Y, sin embargo, ¡Qué lindos son los tiempos que corren! Llenos de proyectos, aventuras, emociones, ganas de hacer cosas, incertidumbres. Alegría.

Qué bueno que el tiempo pasa.

Y qué bueno que podamos extrañar un poco.