lunes, enero 11

Capitulación

Tarde o temprano
me voy a rendir.

Me van a derrotar mis viejos demonios
las mañanas de resaca
las sábanas frías
las charlas irrelevantes
(o irreverentes)
el patetismo de lo cotidiano.

Me voy a cansar de tu ambigüedad
de tus sonrisas fabricadas
de las discusiones bizantinas
(¿o salomónicas?)
de mi insistir desesperado
de tu incentivar vacío
de imaginarme, todo, todo,
todo el tiempo;
de que todo parezca, siempre,
pero nunca sea.

Me voy a acostumbrar
a que para Vos yo no exista,
o si existo, no sea importante,
porque es lo que suele pasar.
Me voy a acostumbrar
a tomar las cosas como lo que son,
a no imaginarme,
ni apasionarme,
ni ilusionarme;
a que los besos y las caricias se rifan
a que los cuerpos se prestan y se alquilan,
a que el amor es un amuleto cuando no está
un Grial cuando se promete
y un martirio cuando, por fin, lo tenemos;
y que, como casi todo,
al final del día sirve nada más para mostrarlo.

Me voy a arrepentir de tener siempre
tanto miedo,
de no animarme
(¿a qué?)
de  quererme tanto a mí mismo
(o tan poco)
de no saber, en fin,
por dónde pasa mi puto Deseo
y de que, en general,
me importe tan poco.

Me voy a resignar a que siempre sea así:
ningún amor es correspondido,
toda rutina es martirio,
toda pasión se extingue,
todo trabajo es extenuante,
toda ilusión es mentira,
a Vos siempre te importa un carajo,
la voluntad popular es ingenua,
el mejor esfuerzo es el ajeno,
el peor dolor es el propio,
la magia, en realidad, no existe,
y, por más de que trate,
nunca, absolutamente nunca,
me voy a poder dar por satisfecho.

Me vas a romper las pelotas Vos
así como me las rompió Ella
porque siempre, ¿no? termina siendo así.

Tarde o temprano
me voy a rendir.
Y entonces no sé qué voy a hacer.
Supongo que lo mismo de siempre.

No hay comentarios: